Recibí la respuesta de un e-mail que envié a quien me acompaño desde que era estudiante y después siguió mis pasos en la industria hasta que un día el destino nos llevó por distintos caminos y hoy después de muchos años (y gracias a la tecnología) nos acerca; podría escribir las cosas más lindas (y una que otra que hasta haría llorar) pero ese correo me hizo recordar un pequeño episodio de mi vida que va directamente ligado al tejido:
Eran principios de los 90’s y yo estaba haciendo una de las tantas “prácticas” que mi carrera obligaba, estaba en una pequeña población en la sierra del estado de Hidalgo donde además de ver la TV (o beber hasta perder el sentido, cosa muy común en mi gremio) no había más que hacer en el tiempo libre, así que como buena representante del género femenino (mujer prevenida vale por dos) tenía conmigo agujas y estambre. Todas las noches después de cenar llegaba a ver TV y a tejer… tejer y tejer, tanto que así como veía irse a quien iba a entrar en el turno de tercera, veía llegar a quien regresaba del turno de segunda y yo seguía tejiendo y tejiendo…
En mis juventudes (no tan tempranas) me quería comer el mundo, estuve en lugares increíbles, conocí a personas maravillosas, me sentí perdida en medio de la nada (literalmente), dude entre el camino del bien y del mal (subjetivamente… quien puede decir qué es bueno y qué es malo??) pero aún en los momentos más difíciles siempre estuvo una madeja de estambre cerca de mí.
Si alguien piensa que soy obsesiva al relacionar cada momento de mi vida con el tejido, no están tan equivocados, ayer una de las psicólogas de la universidad me dijo que mi personalidad es obsesiva y que debo trabajar sobre ello…hmmmmm???... mejor voy a tejer…
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